Texto de Luis Josué Martínez

Oriundo de Isla, Veracruz, donde nació en 1977, Edgar Cano es estudiante de la Facultad de Artes Plásticas (opción Pintura) de la Universidad Veracruzana, a la que ingresó en 2001. Ha participado en diversos cursos y talleres impartidos por la UV y por la Escuela Gestalt de Diseño. Cuenta con exposiciones individuales y colectivas, dentro y fuera del estado. Ha desempeñado labores como ilustrador para el Gobierno del Estado de Veracruz.

Aunque muchos comentarios en torno a los trabajos plásticos de Edgar Cano se centran en su “virtuosismo” dibujístico, tal opinión estorba la apreciación de su obra, pues el virtuosismo se relaciona con un don divino y, en el caso de Cano, es más bien un excesivo trabajo que no deja de sorprender, una búsqueda nocturna de perfección constante que va generando nuevas imágenes y nuevas formas de entender y disfrutar un cuadro.

Ya desde su trabajo “Entre vivos, muertos y encuerados” (2003), la experimentación marcó la pauta de su obra. Los materiales extra pictóricos (discurso escrito, laminillas, etc.) formaron en esta primera serie un factor predominante. Sin embargo, tales elementos se fueron diluyendo ante la importancia del dibujo, cediendo paso a la serie dibujística “A solas” (2003), donde se vislumbra un naciente fotorrealismo, bañado de una burla autorreflexiva que llevaría a sus últimas consecuencias en el trabajo irónico-crítico “Corruptela” (2004): una suerte de “autorretratos” que sirven para mostrar una visión analítica del mundo político y burocrático, donde el dinero es el alimento primordial del hombre.

En “Transición” (2004), sus autorretratos estrictos, el poder de su realismo se conjuga con símbolos personales, creando campos semánticos y plásticos sumamente interesantes. Cano, al irse despojando de memorias, objetos y técnicas plásticas, va configurando su individualidad futura.

Es en esta serie donde la línea dibujística va adquiriendo la fuerza que más tarde llevará a sus límites en “Oscuras circunstancias”.

En Cano, “su estilo, lo más auténtico en él, ese estilo que merece nombres absurdos sin necesitar de ninguno, prueba que el arte de Cano no es una sustitución ni una completación”, sino una provocación experimental.

Nosotros, como espectadores, somos provocados por su trabajo a experimentar con emociones, adjetivos, diversidad de estilos y conceptos. De un goce estético, Cano nos lleva a reflexiones punzantes, incisivas de la esencialidad del hombre. Poco importa, bajo esta apreciación, si se asemeja o no al trabajo de los neoyorquinos neofigurativos de finales de los sesenta o a Cauduro y Rivera. Aquí lo importante es nuestra mirada en complicidad con la mirada de los protagonistas de sus obras, es ahí donde se encuentra la verdadera experiencia cognoscitiva, la verdadera experiencia emocional.